Las pipas con sal

Pequeñas, peludas, rabudas, puntiagudas,…
Así son las pipas, extrañas compañeras de viaje intestinal, pequeñas delicias con cáscara o sin ella, pequeñas hormiguillas de placer en el paladar cuando las comes y enanas bolitas marrones cuando las cagas.
Desde los girasoles a tu boca, las pipas se entrenan para ser abiertas de piernas, ya sea con las uñas o con los dientes, y posteriormente dejarse comer el interior, como una forma de suicidio colectivo, pues normalmente no son solitarias, están en grupo y cuando se tienen que suicidar, se suicidan todas juntas, pues en la religión de las pipas está contemplado que si se suicidan en grupo, nunca jamás tendrán el sentimiento de soledad en el más allá y serán felices eternamente.
Pero en el universo de las pipas, no todas las pipas son iguales. Como en la sociedad humana, en la sociedad de las pipas hay diferentes clases sociales: en la parte baja estarían las pipas normales, las pipas “working class”, las más comunes y numerosas, las plebeyas, las que curran y pagan impuestos; en la parte media, estarían las pipas sin cáscara, una especie de nobleza, que no pagaría impuestos, y ya en la parte alta, estarían las pipas con sal, en definitiva, las putas de lujo, pues no solo se dejan comer el interior, sino también se dejan lamer su cáscara con tropezones blancos, por lo que dejan en la lengua un placer extra que no dan el resto de las pipas. Por tanto, son más caras que el resto.
Pero el final de todas las pipas siempre es el mismo, su interior, después de pasar por diversos procesos intestinales y escatológicos, acaba mezclado entre las aguas fecales, mientras que su cáscara, se queda vagabunda en la calle con el viento como el único amigo, y por tanto, el único que la lleva de fiesta por el cielo.

Simón de Eiré