Semmelweis: el hombre que se lavó las manos

Corre el año 1847, eres una mujer embarazada y ya queda poco para el parto. No sabes nada sobre la maternidad ni sobre medicina, estás preocupada por si el niño va a salir bien, por si dolerá mucho, por si el parto será rápido o lento, pero tienes clara una cosa, algo que tu madre se ha encargado de inculcarte, no debes pisar un hospital. Vives en un pueblo pequeño y ves como siempre que hay complicaciones durante el parto y una mujer tiene que ir al hospital hay muchas opciones de que vuelva en una caja. La sabiduría popular te dice que te debe atender una matrona, jamás un médico, y por una vez la sabiduría popular está en lo cierto.

Hoy nos puede parecer algo exagerado, una superstición casi, pero en aquella época una gran proporción de los partos atendidos por médicos acababan con la muerte de la madre. Las razones que se esgrimían para explicarlo eran de lo más variopintas, desde el estrés que le producía a la madre estar en un hospital al nerviosismo de ver amenazada su modestia por la atenta observación de sus partes más íntimas por unos hombres desconocidos. Hay que tener en cuenta que Pasteur aún no había hecho sus experimentos y por tanto la generación espontanea todavía estaba en auge.

Por este motivo Semmelweis acabó sus días en un manicomio. Fue el primero en relacionar la higiene con la mortalidad de las madres, y es que los mismos médicos que las atendían en el parto estaban cinco minutos antes haciendo una autopsia. Tuvo su revelación cuando su mentor murió por una infección al pincharse en un dedo con el mismo bisturí con el que estaba realizando una autopsia. Esto lo llevó a preguntarse si podría pasar lo mismo con los partos, y propuso algo que hoy en día nos parece obvio, que los médicos se lavaran las manos con lejía después de las autopsias. Parece que no es para tanto, aunque estuviera equivocado la medida no podría tener malas consecuencias, pero el caso es que a los doctores de la época, que en aquel momento eran gente pudiente e importante, no les sentó nada bien. ¿A qué venía ese doctorcillo a decirles que tenían las manos sucias? Sentó muy mal entre la comunidad médica de la época, tanto que fue expulsado de su trabajo, y cuando quiso tomar venganza recriminándoles por causar cientos de muertes fue internado en un psiquiátrico en el que al poco tiempo murió.

Lo más triste de esta historia es que tan solo unos años más tarde Pasteur demostró que Semmelweis tenía razón, que los médicos transportaban en sus manos microbios causantes de enfermedades entre individuos enfermos e individuos sanos.

Quizá el problema fue que Semmelweis se basó en el hecho estadístico sin dar ninguna explicación acerca del origen de esa transmisión, pero eso no quita que tuviera razón y nos hace reflexionar sobre lo difícil que es llevar la contraria a la opinión generalizada. A pesar de parecer un ejemplo muy lejano esto sigue pasando hoy en día, y muchas veces el prestigio del autor pesa más que el contenido de su trabajo.

Semmelweis fue un mártir de la ciencia y tuvo el más triste de los finales, probablemente por una paliza recibida a manos de los guardias del psiquiátrico, pero probablemente sea el hombre que más vidas ha salvado en el último siglo, así que la próxima vez que ingreses a un hospital sin miedo a contagiarte dale las gracias a Semmelweis. ¡Y lávate las manos!

Silvestre Santé

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