Últimamente se nos ha llenado la boca de decir la palabra posverdad. Ahora todo el mundo parece culto diciendo sin parar ese neologismo. Los medios de comunicación andan cada dos por tres utilizando este término, que se supone que se aplica para denominar a las llamadas “mentiras emocionales”, esas que se suelen utilizar en política para moldear la opinión pública. ¿De verdad era necesario un nuevo término? Ya existen muchos conceptos tales como “propaganda política”, “mentira política” o “manipulación política” que bien podrían usarse para definir dicho concepto, así que, de verdad que no hacía falta que llegase la posverdad.
Pero finalmente un nuevo eufemismo llegó a nuestro vocabulario, llegó la posverdad, y tiene pinta de que se va a quedar en nuestro vocabulario por bastante tiempo. Siempre que se acuña una nueva palabra para designar cuestiones o situaciones molestas o incómodas para la clase política, parece que han sido los propios políticos los que se han inventado esa nueva palabra, aunque en principio ese factor no es aplicable a este término en particular.
Pero da un poco igual quien haya inventado (o no) este término, porque parece que no hay resistencia a cambiar las palabras para endulzar realidades desagradables, y la posverdad no es más que el ejemplo más reciente de este hecho y, por desgracia, no será el último. Supongo que es más fácil cambiar una palabra que una realidad, y eso es algo muy jugoso en política.
La posverdad no deja de ser un nuevo intento de engaño sutil generalizado, que intenta hacer que pensemos que las cosas no están tan mal, de que nos creamos que las mentiras y los engaños de la clase política no están tan mal, y de que, en definitiva, nos engañemos a nosotros mismos votando (otra vez) a quienes nos engañan, nos recortan derechos y nos roban. En definitiva, la propia posverdad es una posverdad en sí misma.
Siempre que sale este tema de los eufemismos y las palabras que intentan suavizar realidades incómodas, se me viene a la memoria un monólogo del fallecido humorista estadounidense George Carlin, que se titula Soft Language. En ese monólogo, George Carlin trataba en clave de humor este tema de los eufemismos de manera magistral (ampliado también hacia el uso de palabras malsonantes).
Decía el mencionado humorista que “no puedes temer las palabras que dicen la verdad, aunque sea una que disguste”. Y eso que lo decía para una sociedad como la estadounidense en donde este fenómeno del uso de los eufemismos ya lleva mucho tiempo asentado y elevado a una potencia mucho mayor que en nuestro caso. Decía también en dicho monólogo, que los estadounidenses “tienen un problema a la hora de afrontar la verdad”, que, por lo tanto, “se inventan esta clase de lenguaje para protegerse de ella”, y que “se va haciendo peor con cada [nueva] generación”.
Aunque afortunadamente pienso que todavía esta realidad no llega a los niveles de la sociedad estadounidense, creo que este fenómeno en nuestra sociedad va en aumento, y consigue que cada vez nos quejemos menos de las realidades que están mal. Sutilmente, con herramientas como los eufemismos, en combinación con otras muchas de lo que se llama, sin eufemismos, “propaganda política” o “adoctrinamiento de la población” nos están volviendo más borregos y más dóciles. Además, han conseguido que a los que intentamos luchar humildemente contra este fenómeno nos insulten y nos menosprecien, porque parece ser que han conseguido que la inteligencia nunca se ponga de moda, no vaya a ser que nos rebelemos votando a otros y les consigamos echar de su parcela de poder.
En fin, un servidor seguirá pensando, escribiendo y navegando a contracorriente, digan lo que digan y pese a quien le pese. Un saludo.
Simón de Eiré
A mí me hace pensar en el libro 1984 y su neolengua, con palabras nuevas creadas a la medida de “los nuevos tiempos”
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A mí me parece un neologismo no solo afortunado, sino necesario. Al margen de la jerga política, existen conceptos ‘generales’ que se acuñan por juicios no estrictamente racionales. La homeopatía, por ejemplo. Otro ejemplo: la suposición de que conviene una enseñanza segregada por sexos o, por el contrario, debe ser unisex. Más: el peso apropiado de los impuestos; ¿interesa un modelo escandinavo, con fortísimos impuestos y enorme gasto público, o es preferible más ‘individualismo’?
En todos esos asuntos (de hecho, en la inmensa mayoría de los asuntos), la ciencia NO determina la única respuesta posible. Los números llegan hasta un punto -una ‘demostración’-, pero más allá hay otros aspectos, digamos emocionales, digamos culturales, que tiñen y conforman la actitud general y hasta la particular.
Mi viejo maestro de Filosofía, Modesto San Emeterio, me inculcó que el saber humano tiene 2 facetas. El saber científico, que aspira a la formalización matemática de los ‘hechos’; y el saber conjetural, que se ‘contenta’ con estimar los valores. El término posverdad viene a subrayar que AMBAS facetas son relevantes. Si la 2ª se adueña del pensamiento, caemos en la superstición, pero un científico sin frenos ético-culturales no deja de ser un peligro.
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Este término todavía no se usa en el país que vivo (Nicaragua); preocupa y mucho, cuando la policía reprime a centenares de campesinos protestando en contra del canal interoceánico y el resto de la población vuelve a ver a hacia otro lado. El Gobierno no es el culpable, porque se hace llamar “Pueblo Presidente”, es decir, que apalean a esos campesinos “malos hijos de la patria” y es algo normal, porque ha sido el “Padre, Pueblo Presidente” dando un castigo ejemplar. Saludos mi amigo. H:
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Buf, menuda situación. Saludos para ti también
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