Conspiración (1º parte)

Señor David Conchado Mata, comience la declaración.

La tarde del 25 de mayo, salimos de la casa del compañero Ruiz, yo, Ricard, Carmela, Magari, Sara Montoya, Daniel García, Bruno Urundi, el licenciado Benitez y Martin Benitez.

Señor Conchado, diga los nombres completos de “Ricard”, “Carmela”, “Magari” y del licenciado “Benitez”.

Pues la verdad es que no conozco los apellidos de Ricard. Siempre le llamábamos el catalán y llevaba poco tiempo entre nosotros. No llegué a conocerlo demasiado bien. Carmela se apellida Pereira y Magari se llama José. Respecto al licenciado Benitez, es el licenciado Manuel Benitez Ibañez, el hombre que con un rasgar de su pluma conseguía hacer tambalear a vuestro imperio.

Continúe con la narracion de los hechos, señor Conchado.

Pues como iba diciendo, salimos de casa del compañero Ruiz, en grupos de una o dos personas. La casa del compañero Ruiz esta en las afueras del pueblo y el punto de reunión con el vendedor está el la otra punta, así que cuando salimos aún era de día.

Poco a poco fueron abandonando la casa todos los grupos, dando muchos rodeos y caminando siempre por carreteras y pistas secundarias, para no levantar sospechas. Yo y Ricard, fuimos los últimos en salir, y ya íbamos un poco justos de tiempo, por lo que atravesamos el pueblo por la carretera general, iluminados por la luz de vuestra preciosa electricidad. Incluso pasamos por delante de la comisaría, y del gremio de electricistas para comprobar que todo estuviera tranquilo.

Yo no conocía el punto de reunión, Ricard no me lo había dicho, pero pronto me di cuenta de que caminábamos hacia el río y supe que el punto de reunión sería seguramente el puente viejo.

Seguramente ustedes no lo conozcan, ya que fue abandonado hace ya mucho por ser demasiado estrecho para que pasara un coche. Verán, el puente viejo son un par de pilares de piedra unidos por tablones en los que desemboca una estrecha carretera de asfalto agrietado.

Cuando llegamos allí, ya era de noche y no había signos de que hubiera alguien por los alrededores, aunque yo ya sabía que varios de los compañeros que salieran un poco antes que nosotros de la casa del compañero Ruiz estaban escondidos y observando.

Decidimos meternos bajo el puente, para no estar tan a la vista, y lo hicimos. Allí abajo hacía un frío de mil demonios, pero Ricard parecía no notarlo. Me paré entonces a observarlo detenidamente. Bajo y grueso, con una barba de tres días sin arreglar y el pelo cortado a cepillo. Lo miraba todo con una mirada penetrante y las mandíbulas apretadas.

Señor Conchado, sabemos perfectamente los rasgos del señor Ricard, y el odio que profesaba a nuestra compañía energética, limítese a contarnos como lo conoció, y todo lo que sepa de su pasado.

De acuerdo, de acuerdo. Lo conocí unas dos semanas antes de aquella noche. Estábamos yo, Carmela y otros compañeros en casa del licenciado Benitez cuando apareció Antonio Curtijo, un camionero, que de paso que viajaba por todo el país, mantenía en contacto a las distintas células y entregaba paquetes entre unas y otras. En este caso, el paquete fue Ricard. Antonio nos dijo que venía de Cataluña y que tenía una cita concertada con un hombre para obtener una pieza esencial para un molino que estaban construyendo para suministrar electricidad ilegal y no controlada por la compañía eléctrica. Eso sería un golpe maestro. Imagínense las implicaciones, todo aquel pueblo que tuviera un molino para suministrarle electricidad estaría fuera de su control, no podrían amenazarles con cortarles el suministro si protestaban. En caso de que se atrevieran a llevar a cabo acciones más drasticas y directas, teníamos al licenciado Benitez preparado para desatar una tormenta mediática sobre ustedes.

Ese primer molino podría haber sido el comienzo de algo grande. Eso nos hizo mirar con un profundo respeto a Ricard. Nuestra célula no pasaba de pequeños sabotajes y de repartir publicidad por el pueblo. Lo cierto es que esto nos venía demasiado grande.

Esa noche hacía mucho frío, así que estábamos todos reunidos en torno a la estufa de leña del licenciado. Todos estábamos nerviosos, Ruiz no paraba de mirar por la ventana buscando los faros del camionero, Antonio Curtijo. Cuando por fin apareció, se puso a saltar de alegría sin saber que hacer. El licenciado Benitez se levanto de su butaca y puso orden. Nos mandó repartirnos por la casa por si había que salir rápidamente y el salió a abrir la puerta. Un par de minutos más tarde nos hacían el silbido que significa que no hay peligro. Todos bajamos y hubo un pequeño jolgorio, Curtijo es de raíces andaluzas, y como tal un bebedor y un fiestero. Todos lo apreciábamos, aunque enseguida se calmo la cosa al percatarnos de la presencia de Ricard, que nos miraba con una mirada escéptica cuestionando la eficacia de nuestra célula. Nos presentamos uno a uno. A él no pareció importarle demasiado quienes éramos cada uno. Pasamos al salón y nos sentamos. Él insistió en quedarse de pie. Enseguida empezó a hablar.

-Sois una célula del movimiento anticorporativo. Vuestro objetivo es librarnos de la tiranía de las eléctricas, y para eso estoy yo aquí. Ese camino pasa por la autoproducción. Pues bien, está en vuestras manos llevar a cabo la acción decisiva en esta lucha. El día veinticinco llegará a este pueblo un camión cargado de piezas esenciales para la construcción de generadores propios. Estas piezas vienen de muy lejos, pasando de mano en mano, pero por desgracia la cadena se ha roto. Una célula ha sido descubierta y eso os deja a vosotros como última opción. La mercancía llegará aquí. Probablemente bajo vigilancia, habrá que ser muy hábiles para eludirla. Después de eso, la esconderemos y una serie de células intinerantes libres de sospecha se encargaran de distribuirlas. ¿Alguna pregunta? – Nadie hizo ninguna, así que él continuó – Bien, necesito un sitio para esconderme hasta entonces.

-Eso no será problema – Dijo Ruiz – Podrás quedarte en mi bodega. Si deciden registrar mi casa solo tendrás que esconderte en una de las barricas grandes.

-Muy bien, puedes llevarme allí ahora. Los demás esperad un poco y volved a vuestras casas de uno en uno o de dos en dos.

Ricard, por su parte nos saludó con una fría y dura mirada. Sin añadir nada mas dijo:

-Nos reuniremos el veinticinco de mayo en casa del compañero Ruiz. Allí os explicaré a cada uno lo que debéis hacer, id preparados para todo – Dicho esto, se fue.

-Es un tipo duro ¿Eh? – Dijo Antonio Curtijo con sorna. Todos nos echamos a reír. Descorchamos una botella de vino y pasamos la noche escuchando las noticias que Curtijo traía del resto de España.

Al final, cada mochuelo se fue a su olivo, señoría. Todos estábamos ilusionados esa noche. Entre la aparición de Curtijo y la importancia que le había dado Ricard a la misión, esa noche nos sentíamos héroes.

En los siguientes días, Ricard habló un poco con todos. Se entrevistó con Magarí para escoger un sitio para la reunión, pues es el que mejor conoce los montes y caminos de la zona, con Benitez para saber que actitud podía esperar del alcalde y el comisario del pueblo y conmigo para que le pasara información sobre el gremio de electricistas. Le dije que en nuestro pueblo se limitaban a asegurarse de que nadie produjera electricidad y a cobrar una buena suma por el mantenimiento de la red. Por lo que me dijo Ricard, teníamos suerte, en su lugar de origen se habían convertido en un autentico grupo paramilitar.

-Señor Conchado, ¿Sabe usted a que lugar pertenecía?

Ni por asomo, se que era Catalán, además de por el nombre, por el acento, pero no se nada más. No paraba de repetir que solo debíamos saber lo imprescindible. Al final tuvo razón, si no fuera por eso…

-Cuidado con lo que dice señor Conchado.

Sí, sí, lo siento. No quiero agravar más la situación. El caso es que uso esos días para ultimar todos los detalles, y antes de que me lo pregunte, no se como se comunicaba con la célula que iba a hacer la entrega, pero el caso es que lo hacía. Lo hablamos entre nosotros y supusimos que llevaba una pequeña radio escondida. El caso es que cuando todo estuvo preparado, pasamos a la acción.

Continuara…

Silvestre Santé

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